viernes, 3 de agosto de 2007

Mirar como estilo de vida


Acabo de ver la película de Michelangelo Antonioni ‘El desierto rojo’ (Il desserto rosso, 1964) y, como las otras cuatro películas que he visto firmadas por este auténtico visionario del cine (y no sólo del cine, yo diría), me ha abierto los ojos. Al margen de su extraordinaria capacidad para revelar la indefesión humana ante el mundo de objetos, físico, que nos rodea y nos aprisiona (en este caso, el paisaje del progreso, las fábricas e industrias), y que al mismo tiempo es también manifestación de las distancias afectivas que nos separan, me ha conmovido especialmente una línea de diálogo (el guión, por cierto, fue elaborado en colaboración con el gran Tonino Guerra, quien trabajara con otros grandes directores italianos como Fellini, y que el año pasado fue homenajeado en el Festival de Cine Europeo de Sevilla) que a continuación reproduzco.


MONICA VITTI (mirando el mar desde una ventana): Nunca está quieto. Nunca, nunca. Yo no soy capaz de mirar al mar durante mucho tiempo. Si lo hago, todo aquello que sucede en tierra deja de interesarme. [...] Me siento como si tuviera los ojos húmedos. Pero, ¿qué quieren que haga con mis ojos? ¿Qué debería mirar?

RICHARD HARRIS (mirándola a ella, enamorado): Tú dices: “¿Qué debería mirar?”. Yo digo: “¿Cómo debo vivir?”. Es la misma pregunta.


Sin duda hay cosas que todo el mundo debería mirar, como el cine de Antonioni.

El cine que es a la vez exploración de imágenes y una cierta mirada (parafraseando la sección del Festival de Cannes, Un certain regard) parece revelarse, en ocasiones, como el único cine posible. Hay muy buenas películas en las que la palabra o la propia narración tienen una presencia capital. Pero la determinación radical de expresar algo con un encuadre, una posición de la cámara, un movimiento o un enfoque específico, confiere al cine un estatus como arte independiente de la fotografía o la pintura. Porque, en cine, un cuadro o una foto contiene al mismo tiempo muchas estampas o escenas distintas, y es en esa convergencia de miradas donde surge una forma singular de representar el mundo que nos ha tocado.

Por lo pronto, la mirada implica una selección de la realidad. Algo que hacemos constantemente y en cuya importancia no solemos reparar. Y luego, también hay una interpretación de lo que miramos. Por eso este tipo de cine que acude a la esencia misma de la imagen me sacude con una fuerza inexplicable. Como me ocurrió tras ver ‘Inland Empire’ (Inland Empire, 2006), el último experimento de David Lynch (éste sí: experimento de verdad); necesitaba poder mirarlo todo con otros ojos, ojos más conscientes de lo que hay detrás de una imagen.

El único problema para los que amamos el cine más que la propia vida (es decir: amamos la interpretación que el cine hace de la vida) es que, las más de las veces, uno sólo se dedica a mirar.


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