sábado, 25 de agosto de 2007

Cine reciclado (I): el cine envasado al vacío

Tras ir al cine a ver ‘Transformers’ (Michael Bay, 2007), únicamente me cuestiono de dónde ha emergido esa, a todas luces, insana iniciativa. Pues bien, me respondo que existen, al menos, dos posibles reflexiones:


UNO. Que la cartelera está hecha un asco va a terminar por ser un hecho casi objetivo. Este tópico innumerablemente esgrimido en razón de nuestros particularísimos gustos o de una (por otro lado) sana conciencia crítica, empieza a manifestarse no ya exclusivamente como indicio de la llegada del verano sino, lo que es más preocupante, como la más común de las situaciones. Cierto (y de ahí su consideración como tópico): no tantas películas, por más que se empeñen en aparentarlo, son tan flojas; a veces, hay que investigar un poco, arriesgar y usar la intuición. Y cierto: resulta que la cartelera de Sevilla depende de los cines locales, pero también de las distribuidoras españolas, lo que supone que a nuestras grandes pantallas no llega ni una mínima parte de las producciones que, por ejemplo, se presentan en los festivales europeos de renombre. Pero esa es otra historia que merece un tratamiento riguroso y exhaustivo (espero poder ofrecer algo al respecto en futuras entradas de La mejor juventud).

DOS. Me digo que mi pasión por el cine me ha llevado siempre a querer sacar de donde no hay. Quizás suene aventurado, pero con respecto a mis gustos cinematográficos, creo haberme abierto demasiado en los últimos años. Esto, a la postre, debería resultar enriquecedor, pero también me ha procurado severos disgustos y, sobre todo, una desalentadora sensación de estar perdiendo el tiempo. Y es que siempre nos quedará el bendito dvd. No sé, empiezo a pensar que he de replegarme a las prácticas del cinéfilo estándar, aislamiento social mediante.

En el caso de ‘Transformers’, acudo al cine en busca de una peli de aventuras y un poco de acción. Demasiado confiado en el juicio del crítico Jordi Costa (al que sigo desde hace tiempo en El País y en otras revistas especializadas, y del que me sorprende especialmente no ya su erudición multidisciplinar sino su capacidad para jugar sus cartas oportunamente), pensaba hallar alguna sorpresa en la función. A decir verdad, que este periodista escribiera que tal vez tras ver ‘Transformers’ habría que revisar la trayectoria de Michael Bay y considerarlo un “clásico contemporáneo” tendría que haberme dado, a priori, mala espinita. Porque no se ha de olvidar que este director es el autor de crímenes contra la Humanidad (aunque sus protagonistas siempre tratan de salvarla) como ‘La Roca’ (The Rock, 1996), ‘Armageddon’ (1998), ‘Pearl Harbor’ (2001) y otros bocados exquisitos en esa línea. Pero es que encima Bay, especialista en grandes artificios, no se conforma con dirigir, sino que ha montado una enorme productora para sus proyectos y otros que no parecen albergar intenciones muy distintas.


Y es así como encontramos que Michael Bay crea escuela en el mainstream norteamericano, legando sellos de autor como una música
machaconamente identificable, imágenes ralentizadas que no pretenden expresar nada especial (una escena casi definitoria de sus películas es un despegue o aterrizaje de helicóptero, pero no en una situación de riesgo o acción, sino así sin más, a c á m a r a l e n t a) y una concepción del espectáculo basada en atrofiar nuestros sentidos a base de piruetas, movimientos de cámara de una incoherencia sin reparos y pon aquí y allá unas explosiones y tal.

Otro de los factores que me hacen acudir con cierta esperanza es que Steven Spielberg figura en los créditos, en este caso como productor de la criaturita. Claro, diréis, ¿ese factor resultaba atractivo o disuasorio? Para mí, actualmente, sería más bien lo segundo, si bien he de reconocer que el padre de Dreamworks ha firmado muchas películas que nos seguirían sorprendiendo: desde ‘El diablo sobre ruedas’ (Duel, 1971) o ‘Tiburón’ (Jaws, 1975), pasando por ‘Encuentros en la tercera fase’ (Close encounters of the third kind, 1977), hasta llegar a su reciente ‘Munich’ (2005). En ‘Transformers’ uno espera adivinar la huella de Spielberg en el relato de aventuras, el protagonista adolescente, la historia típicamente ochentera del chaval que entabla relación con seres de otra especie, incluso la clásica relación niño-máquina que acaba en amistad e iniciación a la vida adulta. Pues bien, en ‘Transformers’ el cuasi inexistente guión no parece interesado en estos ingredientes.

¿Qué une, pues, a ambos directores, constatado el insalvable abismo que separa su producción desde un punto de vista artístico? Repasemos la carrera de Michael Bay. Comienza como exitoso realizador de video-clips y campañas publicitarias para multinacionales como Nike o Coca-Cola (en el caso de Bay, estos géneros revelan su vertiente más peligrosa para el lenguaje fílmico). Ya como cineasta, se estrena con ‘Dos policías rebeldes’ (Bad boys, 1995), protagonizada por El príncipe de Bel-Air. Y en ese debut se hallan las claves de su carrera posterior. O, mejor, en los resultados cosechados por esa puesta de largo: la película se convierte en la más taquillera de la productora Columbia Pictures en 1995, rebasando los 140 millones de dólares recaudados en todo el mundo. Pero continuemos analizando las claves de su progresión artística. Un año después, Bay se pasa al cine serio (me niego a emplear la cursiva en esta última palabra, evitando así redundar en la inapelable ironía de este adjetivo aplicado a este artista) y firma ‘La Roca’, con dos actores, Sean Connery y Nicolas Cage, a los que no les vendría mal un breve ejercicio de análisis respecto a la última etapa de sus respectivas carreras: o cómo dilapidar el talento en beneficio de la consideración dentro del star-system. Pues bien, ‘La Roca’ les dio la razón, obteniendo más de 300 millones de dólares en taquilla. ‘Armageddon’, en colaboración con el también productor mastodóntico Jerry otro-que-tal-baila Bruckheimer (y es que fácilmente se les puede considerar de la misma escuela, es decir, la del dinero; si bien últimamente Bruckheimer se ha salvado gracias a la inteligente ‘Piratas del Caribe’ de Gore Verbinski, aunque enseguida se apresuró a convertirla en trilogía para exprimir todo lo posible la buena acogida del primer título), recaudó más de 550 millones de dólares gracias al sacrificio de Bruce Willis, convertido en nuestro particular Jesucristo contemporáneo, espacial y norteamericano. En 2001, ‘Pearl Harbor’ (obra que el director considera “incomprendida” en una entrevista, aunque para muchos el adjetivo que mejor se ajustaría sería el de incomprensible) ganó 450 millones de dólares para el cerdito de Bay –me refiero a su hucha. Por último, su reciente ‘La isla’ (The island, 2005) se quedó en unos decepcionantes 160 millones de dólares. Igual sucedió que Ewan McGregor, Scarlett Johansson o Steve Buscemi sumaban demasiado talento en el reparto.

Ahora todo parece más claro. Me refiero al vínculo insoslayable entre el cine de Spielberg y el de Michael Bay: el poder de la mercadotecnia y, hasta cierto punto en el primero, la espectacularización a costa de la inteligencia. Así que no es difícil entender ahora qué cualidades vio el creador de ‘E.T.’ (E.T.: The Extra-Terrestrial, 1982) en Michael Bay y por qué a éste último se le empieza a considerar como el sucesor de Spielberg (sic). Pero el nexo no se detiene ahí. Al parecer tanto uno como otro preparan actualmente sendos proyectos de ciencia-ficción que comparten, como mínimo, la idea de partida: la hipotética existencia de portales interdimensionales para viajar en el tiempo. Resulta que el filme de Bay habría de estrenarse un año después del de Spielberg, cuya fecha prevista de lanzamiento es 2009, aunque al parecer finalmente podría bien ocurrir que ambos salgan en el mismo momento como estrategia comercial, algo de lo que Michael Bay sabe bastante desde que su ‘Armageddon’ coincidiese en cartelera con ‘Deep impact’ (1998). Ver para creer: Spielberg y el aspirante Bay combatirán por el cinturón más preciado de la industria, la taquilla, con las mismas armas, las armas con las que ambos se han forjado, las armas de la estrategia comercial.

¿Pero este tío no va a dedicar una sola línea a ‘Transformers’?

Con todo, he de reconocer que ‘Transformers’ me resultó entretenida, es decir que me pasé todo el tiempo comentando sus carencias. Incluso los robots son reducidos a cacharros militares bastante estúpidos, lo que podría aniquilar el recuerdo de cualquier seguidor de la serie televisiva (no es mi caso). Por supuesto, hay un americanito-militar-héroe, una chica maciza que en realidad busca ser algo más que un cuerpo (aunque por el guión, o su ausencia, nunca veremos ese algo más) y que entiende de coches (el sueño de muchos), y un chaval cuyo objetivo en la vida es, amén de verse junto a la citada maciza, comprarse un coche con 16 años, para alcanzar así el estatus que le corresponde en medio de sus amigos machitos con el depósito –por emplear un símil automovilístico- repleto de hormonas.

Por no tener, ‘Transformers’ no tiene ni siquiera acción. Apenas vemos a los robots en faena, y si los vemos, distinguimos sólo una parte de la escena, ya que el caótico montaje no permite otra cosa (en algún lugar, sin embargo, se define el estilo Bay como “reconocidas secuencias de acción editadas rápidamente con alto octanaje”). No se trata en este caso de una decisión estética que afecte al contenido; la elección del nerviosismo en la puesta en escena no tiene otra pretensión que la de conceder ese halo de hiperrealismo que se lleva tanto en las películas de acción. Pero, ¿no sería más aconsejable dejar que los robots se lucieran a la manera de las daikaiju eiga, pelis japonesas con grandes monstruos luchadores (Godzilla & friends)? Tal vez Michael Bay debería haber pasado menos tiempo en la sala de posproducción y haberle echado una ojeada a ‘The host’ (Gwoemul, 2006), el último trabajo del cineasta coreano Bong Joon-ho, autor también de la estupenda ‘Memories of murder’ (Salinui chueok, 2003). En ‘The host’, historia con bicho descomunal a la manera clásica, la acción sí adquiere un realismo inusitado, con una cámara que refleja por igual la magnitud del ataque de la bestia y las reacciones/emociones de la gente que se enfrenta a ella o huye desesperada. De hecho, nos sitúa en el centro mismo de la acción mediante una puesta en escena virtuosa, que no desprecia el frenesí pero nos mantiene constantemente ubicados.


Por último, después de personajes y situaciones de lo más rancio, en su tramo final ‘Transformers’ se descuelga con un pretendido mensaje crítico con la política norteamericana. Los (llamados) servicios de inteligencia de EEUU esconden información vital hasta que se produce el ataque de los robots diabólicos. Eso no se hace. Malos-malos. En fin, nada que ver con la –esta sí- punzante ironía de ‘The host’ respecto a la actuación norteamericana en Irak, aun tratándose de una película que se inscribe conscientemente en el cine de serie B.

Pero qué ideas tengo, me pongo a comparar el cine asiático con una producción hollywoodiense. ¿Qué tendrán que ver ambas cosas? La solución, en el próximo episodio...

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