domingo, 7 de octubre de 2007

Cine reciclado (y III): Tarantino, DJ de lo cool


Su previa aparición en este reportaje no debería ser entendida como casual: Tarantino es, hoy, el hombre que lo convierte todo en oro. El gurú de las tendencias cinematográficas. Todos los directores querrían tenerlo como productor o, al menos, que alguien le sacase alguna buena crítica de su película, como esa moda de incluir las (supuestas) impresiones de (supuestos) valedores del buen cine en el cartel de un film. Algo como: “Hacía muchísimo tiempo que no me reía tanto” (Sam Raimi). ¿Y qué? ¿Acaso el bueno de Sam lo dijo realmente? ¿Es posible que comparta productora/distribuidora con la peli promocionada? ¿Habrá funcionado su relación de pareja en los últimos años? ¿Estaría fumado cuando vio la peli? En fin, la lista de hipótesis sería interminable.

Pues bien, Tarantino es de los que hablan e iluminan el camino a seguir, como si se tratase de un profeta (que, en el caso de Estados Unidos, más bien predicaría en el desierto; de ahí su propósito de conquistar a la crítica europea). De hecho, es lo que mejor hace: hablar. Que Tarantino es un consumado charlatán se puede comprobar en la entrevista que dos críticos de Cahiers du cinema le hicieron en el pasado Festival de Cannes, publicada ahora en la edición española de la citada revista. Ni que decir tiene que los franceses adoran lo chic de Tarantino (desde que encumbraran ‘Pulp fiction’, ganadora de la Palma de Oro del mencionado certamen en 1994) casi tanto como Tarantino gusta de ser alabado por la prensa especializada europea, que probablemente representa para el realizador norteamericano lo más cool de este mundillo. A través de este texto he confirmado mis sospechas: Tarantino es, por encima de cualquier otra cosa, un gran vendedor de cine. Él solo constituye un maldito departamento de marketing de su obra. No hay más que escucharlo (leerlo) hablar de sus películas, la excitación con que describe sus propias ideas, el goce masturbatorio que se adivina en su labor de creación. Baste como exponente el titular extraído de la conversación: “Quiero rodar escenas de las que se hable eternamente”. Amén de pedante, presuntuoso y todos los calificativos que se podrían añadir, este personaje tiene una cualidad que podría redimirlo de sus pecados: es (al menos, yo diría que lo es) condenamente sincero. Y un gran amante del cine. Ningún director con ínfulas y la pretensión de presentarse como verdadero auteur y salvador del cine comercial de hoy día revelaría tan fácilmente sus influencias. O el efecto sobre el espectador que ha querido crear con tal escena. De hecho, no sé si un cineasta respetable hablaría así de sus personajes: “(...) todo ello sugiere que son verdaderas zorras, tipas duras: They are bad asses! Bad asses! Bad asses! [en inglés en el texto traducido]”.

De lo que no cabe duda es de que Tarantino se cree mucho mejor de lo que es. O quizá confunde su cinefilia con su capacidad para hacer cine. O su locuacidad, su verborrea inagotable, su visceral pasión por contar anécdotas, narrar historias y presentarlas como algo fenomenal, sorprendente, (de nuevo) cool. De ahí que se considere a sí mismo como escritor (o, según él mismo se define, wordsmith: alquimista de las palabras en lengua anglosajona; por eso sus títulos, tan significativos, nunca son traducidos -su siguiente proyecto tiene el sugerente nombre de 'Inglorious bastards'-) antes que cineasta, y que esté tan orgulloso de sus afamados diálogos, la mayoría de ellos tan brillantes como intrascendentes. A este respecto, hay una reflexión en la entrevista (que, por otro lado, no tiene desperdicio) que me resultó más que interesante: “Alguien me dijo que mis personajes pasan el tiempo definiendo y redefiniendo su lugar en la conversación, que no dejan de cuestionarse la jerarquía: nadie deja de preguntarse por su lugar y el de los demás, por el papel de cada uno dentro del grupo”. Parece que él mismo actúa de ese modo en la conversación: no deja de cuestionarse su lugar en la historia del cine.

Pues bien, especialmente desde sus anteriores películas, ‘Kill Bill: Vol. 1' (2003) y 'Kill Bill: Vol. 2’ (2004), y ahora con ‘Death Proof’ (2007), que llegó a nuestras pantallas el pasado 31 de agosto, la crítica parece hallarse dividida -según una clasificación muy somera- en dos grupos:

a) Tarantino, la nueva esperanza blanca. Aquí se incluye a quienes ven en su cine una reivindicación de la serie B y el cine más ignorado históricamente, pese a sus innegables virtudes. Tarantino lo eleva en sus películas a un estadio próximo al culto, aunque sus filmes no dejan de dirigirse a un público mucho más amplio que el de ese tipo de producciones. Para el cineasta norteamericano, colar historias como la de ‘Kill Bill’ entre un público de gustos convencionales (lo más alejado de su cinefilia que se puede hallar) parece suponer un triunfo irresistible. Además, últimamente parece más empeñado en epatar con una contundente puesta en escena que con la complejidad de sus guiones (como en sus primeras ‘Reservoir Dogs’ y ‘Pulp Fiction’).

b) Tarantino, el impostor. Hay críticos a quienes no interesa sino el material propio que ofrece la obra de un autor, por eso llegan a calificar a Tarantino de farsante. Los más radicales hablan del “efecto QT”, denunciando la autoridad que se ha concedido a este director por el oportunismo de haber sabido copiar a los clásicos. Así –dicen-, como el cine de Iñárritu (‘Babel’, 2006), Nolan (‘Memento’, 2000) y otros muchos de los considerados nuevos narradores, no hay nada de novedoso en su manera de contar historias y –concluyen- lo narrado no es lo suficientemente emocionante como para concederle una voz propia en el panorama cinematográfico actual.

Bien es cierto que, de esta última opinión, se habría de destacar el hecho de que con Tarantino y también con los otros ejemplos citados estamos aludiendo a un cine comercial, en mayor o menor medida (ahí están, de nuevo, los Oscar de ‘Babel’). Y a tal punto quería llegar este artículo, y es justamente de donde partía unas cuantas líneas atrás. Tarantino es un buen creador de imágenes, pero es aún mejor vendedor. Cómo si no explicar que, ya desde los tráilers, las imágenes de promoción de sus filmes (carteles, entrevistas, reportajes), uno no pueda dejar de asociar un color, un vestuario, una determinada música a sus obras. De Tarantino también se ha hablado en términos de generador de imágenes míticas: cierto, si consideramos el mito como una estampa. ‘Reservoir Dogs’: los hombres con chaqueta y gafas negras dieron incluso para un programa televisivo de éxito (‘CQC’); ‘Pulp Fiction’: ¿quién olvida la peluca morena de Uma Thurman o la singular pareja formada por el predicador Samuel L. Jackson y el recuperado John Travolta?; etcétera. La cuestión es que (incluso con el paso del tiempo) es fácil asociar una imagen, o dos, o tres, a una película de Tarantino, lo cual no sucederá con muchas otras. La clave tal vez podría estar en su siguiente afirmación: “La descripción de los planos [en el guión] sirve sobre todo para elaborar los planos especiales, los planos cool. Escuchen: I’m all for groovy shots”. Esta última confesión, mantenida en inglés en la entrevista traducida al español, es muy significativa. Tarantino se halla especialmente interesado en ofrecer planos chulos, que es como decir los mejores pero con otro atributo, algo así como de puta madre. Y ahí reside lo mejor y lo peor de su cine.


Sería absurdo no conceder a Tarantino un gran talento para la puesta en escena, al margen de que pueda considerársele un DJ de imágenes recicladas de películas anteriores (tomo esta comparación de mi admirado Quim Casas): él hace la mezcla, él les confiere personalidad y es, por derecho, el amo de la situación. Pero nunca serán suyas, aunque tampoco las emociones son de ningún autor, sino exclusivamente del público. Ésta es, a mi juicio, la gran virtud de Tarantino. Durante toda la entrevista no deja de aludir a lo que espera que el público sienta o piense, lo cual nos puede llevar a pensar que es un gran manipulador o embaucador, pero también que por fuerza ha de poner pasión en lo que hace: el DJ. Sus planos molan, lo que significa que tienen potencia estética y –también- que son capaces de emocionar (en cualquiera de sus acepciones), lo que distingue el hecho de poner la cámara en uno u otro sitio. Ahora bien, lo que me sigue preocupando en todo este rollo del cine reciclado es que supuestos impulsores de un nuevo cine de autor norteamericano estén tan preocupados por envolver bien las mismas viejas ideas. Con todo, considerar que Tarantino sigue kicking asses en las mayores salas de los centros comerciales no me parece nada mal. Al fin y al cabo, sólo se trata de que no pretendamos percibir (como él mismo hace) maestría en su ingenio.