Con esto no se pretende aquí defender la tesis de que estos cineastas hayan errado en su trayectoria por el mero hecho de derivar hacia otros argumentos o estilos. Al fin y al cabo, ellos más que nadie en el panorama hollywoodiense actual tienen la autoridad suficiente como para hacer poco más o menos que lo que les venga en gana. ¿O no? Analicemos la última etapa de Scorsese. Tal vez sea de entre los citados el director que aún conserva su trazo de manera más nítida, quizá también porque ha sido uno de los más influyentes en las dos últimas décadas. Efectivamente, podríamos decir aquello que en Rockdelux servía de pie de foto a la imagen de Jeff Buckley, “Él no tuvo la culpa”, en referencia a la legión de imitadores (ni de lejos dotados como él) de sus maravillosos falsetes. Pues bien, Scorsese no ha tenido la culpa, pero sin duda ha sentado las bases de una forma de narrar y una puesta en escena (frenéticas y elegantes a un tiempo) que ha sido a menudo recreada con mayor o menor fortuna. Todo un torbellino estilístico que después hemos reconocido en Mr. Know-It-All Tarantino (‘Pulp Fiction’ y ‘Jackie Brown’), el más bien oportunista Guy Ritchie (‘Lock & Stock’ y ‘Snatch: cerdos y diamantes’), el desconcertante Danny Boyle (‘Trainspotting’), el excesivo Joe Carnahan (‘Ases calientes’) y un largo etcétera de calificativos y directores. Podemos decir que cualquier película reciente con maleantes de por medio, un narrador en off y una banda sonora con mucha presencia y referencias a los 60 está de alguna forma transida por el espíritu de Scorsese. Y ni que decir tiene que esa joya televisiva llamada ‘Los Soprano’ (The Sopranos, 1999-2007) no hubiera sido concebible sin el autor de ‘Uno de los nuestros’ (Goodfellas, 1990).
Pues sí, tal vez sentirse padre adoptivo de toda esta generación de cineastas ha hecho que Scorsese comience a hacerse mayor. Por supuesto, su estilo sigue presente y no ha suavizado sus formas (una puesta en escena casi siempre radical, el empleo de la violencia), ni siquiera en sus proyectos más cuestionables (‘Gangs of New York’, 2002). El caso es que cuando dudamos de hasta qué punto Scorsese puede seguir haciendo lo que le apetece estamos hablando más de auto-imposiciones. De ese modo y no de otro se podrían explicar sus recientes producciones plagadas de estrellas (su nuevo actor fetiche, Leonardo DiCaprio, cuyo último trabajo a sus órdenes concede alguna esperanza en torno a su madurez como intérprete) y orientadas, de modo bastante evidente a mi entender, a convertirse en carne de Oscar. ¿Esto significa que sus últimas películas bajan mucho el nivel de su cine? Rotundamente, no. De hecho, antes de ‘El aviador’ (The aviator, 2004) o el que nos ocupará a continuación, ‘Infiltrados’ (The departed, 2006), Scorsese entregó otros trabajos que podrían considerarse ya una aproximación al mainstream. Tal era el caso de ‘La edad de la inocencia’ (The age of innocence, 1993), adaptación de una novela de Edith Wharton que narraba un triángulo de amor entre Michelle Pfeiffer, Daniel Day-Lewis y Winona Ryder, con la Nueva York de 1870 como escenario. Pese al cambio de registro, se trataba de una película excepcional, sorprendente en todos los sentidos, desde la dirección de actores hasta la contención de la puesta en escena, pasando por una maravillosa dirección artística.
Y es que, en el fondo, lo que solivianta de ‘Infiltrados’ y sus cuatro Oscar (película, director, guión adaptado y montaje) no es el resultado en sí mismo. De hecho, sin duda supera con creces a la anterior triunfadora en los premios de la industria de Hollywood, la lacrimógena y fácil ‘Crash’ (Paul Haggis, 2004). Scorsese maneja bien a sus actores, cuestión nada fácil a priori en un reparto que incluía a Matt rostro-pétreo Damon, el citado Leo, el rapero-metido-a-actor Mark Whalberg (aunque a éste lo tengo en mayor estima, tal vez por su tendencia a embarcarse en proyectos de cierto interés) y el casi siempre sobreactuado a la par que entrañable Jack Nicholson. Todo ello funciona en un filme accesible que, no obstante, contiene casi todos los ingredientes que han caracterizado el cine valiente de Scorsese.
¿Qué tiene entonces esta película, gran éxito de crítica y público, que la aleja irremediablemente del valioso legado de su autor y la hace ir a parar al contenedor del celuloide reciclado? Pues el escasísimo valor creativo del conjunto. Lo que realmente inquieta de ‘Infiltrados‘, con la que el maestro Scorsese finalmente ha sido reconocido por la miopía hollywoodiense, es que se trata de un remake en toda regla. Porque no es, como este cronista pensó en un primer momento, una libre adaptación de la película hongkonesa ‘Juego sucio’ (Mou gaan dou, 2002), sino un meticuloso calco. De acuerdo, ‘Infiltrados’ modifica un par de personajes-situaciones para llevar la acción a los Estados Unidos e incluye (e incluso creo recordar que ésta fue una aportación de Scorsese, siempre obstinado en reflejar sus raíces católicas) un personaje irlandés, un regalo para Jack Nicholson, que hace las veces de malo-malísimo.

Recientemente he podido ver el film hongkonés y, para mi estupefacción, en muchos casos las escenas originales han sido duplicadas como en un espejo. Ya había oído hablar de esta interesantísima obra de Wai Keung Lau y Siu Fai Mak, de enorme repercusión en su país de origen, donde se llegó a rodar una secuela. Contiene grandes interpretaciones, entre ellas las del sensacional Tony Leung (al que recordamos por su personaje común en ‘Deseando amar’ y ‘2046’, ambas del maestro Wong Kar Wai), y condensa bien el metraje sin llegar a enrevesar tanto la trama como en el final de ‘Infiltrados’. Pero, sobre todo, contiene la idea original y brillante, por su aparente sencillez, de dos personajes que han de renunciar a su identidad para servir a fines diametralmente opuestos y que, sin embargo, comparten la amargura de esa continua mentira que es su vida. Lo cual nos recuerda que de mentiras la vida está llena. Y también el cine.
Evidentemente, los Oscar no harán que deje de reverenciar el cine de Scorsese, pero sí ayudan a que el futuro del cine se me presente pelín más tenebroso. O, quién sabe, más esperanzador por el declive de la industria norteamericana y el amanecer del cine que aún sigue dispuesto a arriesgar y cogernos desprevenidos.