miércoles, 14 de noviembre de 2007

Cualquier basura

Durante mi primera semana de vacaciones estuve en Barcelona, con mi hermana Paula y su novio Pedro. Por cierto, ya mismo los tenemos a ambos por aquí, en la misma Macarena, ¡yuju! Pues fue aquella una semana intensa: por la mañana, dormíamos y comíamos; a mediodía, sólo comíamos; las sobremesas, casi siempre las pasábamos durmiendo, aunque a veces también comíamos; por las tardes, solíamos dormir cuando estábamos cansados; las noches, en fin, las pasábamos en vela, comiendo. Lo que se dice unas vacaciones reparadoras.

Pues bien, entre comida y sueñecito, un día nos acercamos al cine, uno antiguo que tenían cerca de casa. Al entrar, nos dio la sensación de estar accediendo al salón de actos de cualquier colegio. A mi me dio sopor sólo de pensarlo. Y no hay que ir tan lejos para lo del sopor. Durante la carrera, nuestro genial profesor de Historia,
Eloy Arias, nos regaló unos ciclos de cine que me condujeron definitivamente a esta insana obsesión por el celuloide. Y no obstante, ¡ah, añorada juventud!, las noches locas de aquellos años me tendían continuas trampas, y no sé si fue aquel ambiente de créditos de libre configuración o, más bien, la oscuridad del salón de actos de Reina Mercedes, pero a mí ‘El Gatopardo’ (Il Gattopardo, 1963) de Visconti me dejó sin habla. Y sin visión, y sin consciencia. Frito, me quedé.

Volviendo a Barcelona. Pasada esa primera impresión, lo cierto es que nos encantó el ambiente de la sala. Para empezar, era enorme, lo que consigue que te sientas muy pequeño, que es como uno se tiene que sentir cuando va al cine. Cierto, había muchos asientos vacíos, pero eso le daba bastante gracia al hecho de oír los comentarios aisladamente, como si también hubieran sido pasados por un filtro
surround. Y lo mejor: en esta ocasión, los comentarios valían completamente la pena. Os lo dice uno que no aguanta ni el aleteo de una mosca a partir de la primera letra de los créditos. Enseguida entenderéis por qué aquella vez sí.

La película en cuestión era ‘Ratatouille’ (2007), de Brad Bird, quien por cierto también fue responsable de esa joya de la animación que es ‘El gigante de hierro’ (The Iron Giant, 1999). Niños. El grueso del público eran enanos. Eso sí que son comentarios, y no los de Garci (que también me gustaban, ¿eh?, porque en el fondo él y sus tertulianos eran como niños). La verdad es que fue un gustazo. Una película realmente enorme ‘Ratatouille’, sencilla y muy viva. Un par de horas de puro gozo, y salimos con la sonrisa puesta. Lo que decía: vacaciones reparadoras.

Hay, además, en ‘Ratatouille’ un breve monólogo que es brillante en su aparente sencillez. Lo recita un personaje de esos que, siendo secundarios, terminan por devenir el alma de la historia. Los personajes en los que todos nos reconocemos. Éste se llama Antón Ego, y su apellido sirve para situarlo. Es crítico culinario, pero podría serlo de cualquier otra cosa. A continuación reproduzco el monólogo en cuestión, tal y como lo he hallado transcrito en Internet:

“La vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos. Arriesgamos poco y tenemos poder sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su servicio a nuestro juicio. Prosperamos con las críticas negativas, divertidas de escribir y de leer. Pero la triste verdad que debemos afrontar es que, en el gran orden de las cosas, cualquier basura tiene más significado que lo que deja ver nuestra crítica. Aunque, en ocasiones, el crítico sí se arriesga cada vez que descubre y defiende algo nuevo. El mundo suele ser cruel con el nuevo talento. Las nuevas creaciones, lo nuevo, necesita amigos.”


Sólo quería aprovechar esta cita para recordar(me) que la única crítica plausible es la que actúa como marco referencial de una obra y, si contiene juicios de valor, la crítica constructiva. Uno puede llegar a sentirse muy ingenioso reventando el trabajo de los demás, lo que, como demuestra ‘Ratatouille’, sólo se puede explicar de una forma: el poder de la palabra. Por encima de la contextualización, del análisis riguroso (= pertinente), de la recomendación, de la puesta en valor, del aplauso, de fondo siempre queda el poder de decidir lo que sí y lo que no. Pues eso: cualquier basura tiene más significado que este artículo.


6 comentarios:

Anónimo dijo...

me encanta este blog!

;)

el_fuego_fatuo dijo...

thanx, Mash!

Se nota que hemos sido compañeros de Festival..

navarro dijo...

Niñooo felis navidaaa!!! pasalo mu bien .. pero ten mucho cuidadin ke la última vez vaya tela marinera jajaja bueno un besito mu grande y nos vemos a la vuelta muakaka

el_fuego_fatuo dijo...

Jaja.. Gracias, Ali, por traerme a la mente mis coqueteos con el lado etílico de la vida, en esta festividad tan propicia para ello. Siguiendo ese hilo, tal vez llegáramos a descubrir por qué un día mi organismo decidió aborrecer el anís.. pero esa es otra historia.

Un besazo, guapa, nos vemos (como tú dices) a la vuelta: pero, ¿de qué? ¿de quién?

blume dijo...

Yo me sé la del anís, jajajajajaja!!!

Que sepas que te leo, mozo.

Un besazo enorme o mil!!


La blume.

el_fuego_fatuo dijo...

¿Sabes lo peor? Que días después de hacer público ese comentario, ya estaba en Almonaster con el amigo Barronson y mi señor esposo metiéndonos un pelotazo de.. ¡ANÍS! (y viendo revistas de tetas en un bar lleno de viejillos, jeje). Total, que el hombre es el único animal que tropieza 2 veces en la misma piedra.. y le gusta. Por cierto, Fernando tiene una foto que atestigua mi deplorable estado después del chupitazo.

Me alegra leerte por aquí, Milla. Ayer Miss Navarro me dijo que nos mandabas besos y que siempre lo hacías, pero ella nunca se acordaba de dárnoslos. La petarda..

En fin, pues muchos besos también para ti, espero verte pronto.